SPANGLISH


             ¿Qué queréis que os diga?,  no me gusta el fútbol.

Mi padre es futbolero, del Real Madrid, de toda la vida. De mi infancia recuerdo muchas cosas, entre ellas, un cojín de cuero rojo brillante, desgastado por el uso al protegerte del frío suelo de cemento de las gradas de cualquier estadio de fútbol. Era de no sé que  peña madridista. Lo teníamos  porque mi padre fue socio de la peña algunos años. Curiosamente, aunque no me gustara el fútbol como os digo, siempre sentí un cariño especial hacia el susodicho cojín, quizá porque viajaba con nosotros en nuestro 131 ranchera,  a casi cualquier punto de la costa o nos acompañaba a nuestras salidas domingueras por la sierra de Madrid; quizá porque como siempre me ha dado miedo viajar en coche, me agarraba a él cuando escuchaba un claxon que indicaba precaución o alarma, o cuando el otoño inundaba la carretera con la lluvia en el mes de  Octubre. Creo que estaba convencida de que  nos traía suerte, pues al margen de las buenas dotes  como conductor (alias taxista, alias camionero, alias repartidor) de mi padre, nunca tuvimos en su compañía mayores sustos que algún frenazo a tiempo. Cuando mi padre cambió su situación laboral y dejó de usar el coche como medio de vida, y su trabajo no le daba tregua para ir a los estadios de fútbol, el cojín de cuero rojo, perdió su brillo y  ocupó un mejor lugar en algún rincón oscuro de un armario cualquiera mientras mi padre pasó a ver los partidos desde el cómodo sillón naranja de casa.  La pasión de mi padre por el fútbol  siempre ha sido tranquila. Ni gritos, ni llantos, ni quedarse sin cenar porque su equipo perdiera. Eso jamás.

En días de fútbol, mientras oía de ruido de fondo la voz de aquel famoso  comentarista de voz infinita, que cantaba los goles como los niños de San Ildefonso los números del gordo de Navidad, yo me dedicaba normalmente a leer un libro,  sentada al lado de mi madre que levantaba la cabeza del canasto de  la costura para decir cosas como: ”¿Otra vez Hugo Sánchez” o “Vaya volteretas da este hombre, un día se va a caer de cabeza…” o ”Qué majo es este Butragueño y mira que son buena gente sus padres”.

A lo largo de los años mi afición futbolera permaneció más o menos igual, es decir, ni fu ni fa. Excepto el día que la Selección española ganó su primer mundial de fútbol. ¿Recordáis contra quien jugaba? Pues sí, efectivamente: contra Holanda. Ese día,  por primera vez y sin cojín alguno que me acompañara en mi experiencia, sentí la pasión por el fútbol dentro. Grité de indignación con el juego sucio del equipo naranja. Me escandalicé  con las patadas y los puntapiés que les daban a nuestros jugadores y salté de euforia con el gol de Iniesta. Incluso salí a celebrar la victoria del mundial por las calles como cualquier buen hincha.  En mi vida me hubiese imaginado una reacción similar  en mí por un partido de fútbol. ¿Sería  esta la señal premonitoria que indicaba los cambios que iban a suceder en mi vida? Creo que sí.  

Exactamente un año después, ese mismo día, Marco recibía una llamada telefónica desde Ámsterdam comunicándole que había pasado los procesos de selección y que el puesto para trabajar en  Nederlands era suyo.  Tres minutos más tarde él me llamaba a mi móvil, diciéndome: “¿Estás preparada Sabi? Nos vamos. Esta vez es verdad  ¡NOS VAMOS! A primeros de agosto empiezo a trabajar con los naranjitos”. 

Casi sin darnos cuenta y en poco menos de un mes, Marco estaba viviendo en un B&B cercano a su nueva oficina, hasta que consiguió encontrar un lugar donde pudiésemos vivir todos juntos. Yo aún me quedaba en Madrid con los niños con la excusa de recoger  cosas. Me preparaba mentalmente para mi nueva vida y guardaba algún jersey en la maleta. Quizá ahora reconozco  que mis hazañas idiomáticas ya empezaron entonces….

Uno de esos días, antes de que Marco se marchara, su nuevo jefe holandés llamó al teléfono de casa porque no conseguía localizarle en el móvil. Yo  estaba allí en esos instantes y ajena a todo descolgué.

 No estaba preparada  para esto. Me pilló por sorpresa. Lo poco que pude descifrar fue un: “jssksgagaggajkk…..Mathias……jaggdhhsiijhs…..Marco….hcdhhsofhsohbbfbkkkkk…phone…”. A partir de este momento creo que las cosas que después me sucedieron fueron actos de indefensión aprendida como describen los psicólogos. Como no entendí el mensaje supongo que lo intuí, y mi intuición unas veces acierta y otras no. Me empeñé a toda costa en que localizase a Marco si es que este  era el problema  y la solución que se me ocurrió fue darle su móvil. Ni se me pasó por la cabeza que evidentemente ya lo tenía. Lo único  importante para mí, era que lo localizara como fuese, y si en esos momentos yo tenía la responsabilidad de que esto sucediera no iba a permitir que el idioma lo frenase. Quiero que entendáis que por aquel entonces yo era casi una tabula rasa en cuanto a experiencias idiomáticas se refiere, nada que ver con los recursos que he ido desarrollando después. Me armé de valor y le dije:

-          “I don’t speak English. The number of my wife…….sorry…..husband my………husband….is…..”

Él me contestó algo  prácticamente indescifrable para mí y yo volví a repetir como los loros:

-          “ I don’t speak English. The number of my…..husband……is………”

Deletreé los números muy despacio en ambas ocasiones. Tuve que hacer un gran esfuerzo concentrándome en parecer simpática, mientras disimulaba con gran esfuerzo mi poca fluidez. Escuché al otro lado del teléfono un suspiro de resignación y cuando por fin terminé mi soliloquio Mathias volvió a decir algo que ni me esforcé en entender. Mi conciencia estaba tranquila, había hecho todo lo posible para que ambos se pusieran en contacto. Creo recordar que mientras que él estaba hablando todavía, yo le corté con un:

-          “I’m sorry for me………. and thank you very much……Bye”

Para cuando conseguí contactar con Marco y contarle los sucesos, ya habían hablado ellos; “¿Sabi, qué has hecho? He intentado avisarte de la llamada pero… ¡no me ha dado tiempo!”. Me asusté pensando que le había metido en un lío muy gordo a lo que él contestó: “no te preocupes, si lo único que me ha dicho es  que había hablado con mi mujer……y que le parecías muy divertida”

¿¿¿¿¿¿¿¿Divertida???????........

 

Puede que este fuera el detonante para que me plantease que en el mes que quedaba por delante, antes de mi marcha, podía buscar unas clases de inglés de última hora. Esto va mucho con el carácter español.  Quizá podría poner un cartel que dijese:” Se busca profes@ de inglés que me implante su cerebro. Tiempo disponible: tres semanas”.

En esas me encontraba, cuando pocos días después tomando café en una terraza cercana a casa,  casualmente escuchamos a la dueña del local hablar en inglés a unos clientes. Ni corta ni perezosa la pregunté abiertamente que cuáles eran sus conocimientos del idioma en cuestión.

Es probable que  mi pregunta fuese muy directa, pero la humildad en esta mujer brillaba por su ausencia. Me miró con gesto altivo y con cara de agria me dijo:

Soy profesora de inglés, de hecho, el local está en venta porque  he conseguido una plaza de docente en un colegio en Valladolid…..Fíjate si sabré,  que a veces mis alumnos  me confunden con una nativa, por mi pelo rubio y mi acento…… ¿por qué lo preguntas?”

Le expliqué mi situación, ¿quizá podía conseguir ella que en tan solo tres semanas pudiese hablar y entender esa lengua medio maldita? ¿Podía empezar a creer en las dietas milagro idiomáticas que tanto vendían?

Cómo comprenderéis, a 20 euros la hora,  me dijo que si. Se explayó hablando en inglés muy rápido para que me fuese difícil  entenderla y me diera cuenta del nivel tan avanzado que tenía. También me contó que a veces los profesores de la escuela oficial de idiomas venían a su restaurante solo para que ella les diese algunos consejos o para resolver dudas y finalizó diciendo: “Of course, you have to learn English, right away!!!!!!!

Parece que aquello me animó. Bueno, posiblemente me animó mucho. No porque me creyese toda aquella patraña suya de la escuela oficial de idiomas, ni de los profesores, ni de su perfecto acento británico como ella describía (ni de su pelo rubio natural), sino porque había conseguido por fin encontrar unas clases, cerca de casa y en pleno mes de julio, en  aquel caos de vida que tenía que organizar entonces. No  quise escuchar la vocecita de preaviso de mi mente que me advertía  de los fallos en la conversación. Fallos gramaticales muy básicos. Fallos que incluso hasta yo, con mi bajo nivel de inglés, había conseguido detectar. Fallos muy gordos….

 

 

Empecé las clases con Ainara un martes por la tarde. Decidió que daríamos la clase en su restaurante a punto de vender, después del horario de comidas, alrededor de las cinco.  Tomé mi coche con 40 grados a la sombra y mientras conducía apenas tocando el volante semi-derretido y con el sol cegándome los ojos, vinieron  a mi cabeza los versos de Lorca que anunciaban la tragedia del torero a las 5 de la tarde. Con esta cantinela llegué hasta el local, con mi cuaderno de notas preparado y una ligera idea de como serían las clases mágicas que Ainara había preparado para mí. Un relámpago de optimismo cruzó mi mente pensando que sería capaz de conectar mis neuronas y salir de allí hablando en inglés de forma más o menos fluida esa misma tarde. A veces soy muy ingenua.

 

Ainara me saludó en inglés directamente. “Vaya, se lo ha tomado en serio”- pensé. Y yo la contesté en español.

-          “I’m sorry, could you speak me in English?”…..

-          Yes……eh…..yes – dije.

-          Yes, I can- me corrigió.

-          Oh…..yes I can- rectifiqué.

-          Ok, could you come with me inside?. Just a moment, please,  I need to organize a………….”

-          Oh……. ok, ok, yes, ok……..

¿Por qué tuve que disimular que entendía? ¿Qué impulsos primarios dominaban mi mente para hacer esto? Supongo que los instintos ancestrales de supervivencia. Los que nos han enseñado que tienes que defenderte de lo que sea cuando te sientes amenazado. Pensaba en esto mientras esperaba a Ainara  ¿de qué tenía que defenderme exactamente?, es decir, yo estaba  ahí por voluntad propia, nadie me había obligado a hacerlo, ¿quizá me sentía amenazada? ¿Por qué? O mejor aún ¿por quién? Este pensamiento me inyectó cierta valentía y cuando Ainara regresó libro en mano, le pregunté:

-          “Can you give me a glass?......... of water?...... please?”.

-          “Yes, of course”- respondió.

Aquello me dejó un poco fría, esperaba que su reacción ante mi destreza lingüística hubiese sido distinta, no se…. globos de colores, serpentinas, fuegos artificiales a lo poco, solo por haberme atrevido a preguntar en inglés….así…sin anestesia ni nada…Regresó con el vaso de agua y desplegó un plano de la ciudad de Utrecht en la mesa.

-          ” Ésta va se nuestra primera lección. Tendrás que decirme como llegas a la universidad, al ayuntamiento, al centro médico y a la estación de tren….. Desde esta calle…..”

Empezamos bien- pensé.

Odio los planos. No he logrado entenderlos nunca. Para empezar me cuesta  desplegarlos y una vez que lo consigo me paso diez minutos dándole vueltas para saber por dónde se supone que tengo que buscar. Después de conseguir que no se vuelva a plegar, soy incapaz de encontrar cualquier cosa en él, ni estación de bus, ni de metro, ni el aeropuerto siquiera…. ¡Cómo para encontrar una calle! Y no digamos si se me pide que vaya de un punto a otro…..Lo normal es que el maldito plano consiga ponerme de los nervios  y acabe cerrándolo airada porque no puedo volver a plegarlo.

De nuevo volvió a aflorar el instinto de supervivencia y  muy digna le respondí:

-          “Oh….yes! What is the street, the name, the street?”

Cuando me dio el nombre de la calle, empecé a buscar como si fuera una auténtica experta. “Por lo menos, la primera parte, la de abrir el plano ya la tengo resuelta…..quizá sea capaz de encontrar algo….”.

Creo que pasaron más de diez minutos hasta que ubiqué en el puñetero plano la estación de tren, mientras intentaba disimular con interjecciones del tipo: “ajá, uhmmmm, ehhhhh y ouuuukkkkeeeyyyyy” Al final,  Ainara se dio cuenta de mi falta de recursos y solucionó la papeleta señalando en amarillo fluorescente donde se encontraban los sitios que me había pedido.

-          Ok. Now, show me the right way, ok?

-          Oukey….now

No fui capaz y me puso de trabajo para casa estudiarme el plano, “lo de las frases en  inglés solo es cuestión de memorizarlas, nada más”, me dijo.

El siguiente tema era  simular como pedir una cita médica.

Yo tiré de lo aprendido hasta entonces:

-          “I need an appointment with the doctor, please…

-          NO, NO, NO, NOOOOOOOOO.  Eso está mal-corrigió- está fatal. Casi nunca se utiliza esta forma para pedir una cita, ¿¿¿¿¿¿appointment??????¿¿¿¿¿¿¿dónde aprendiste esto?????

-          Pueeeeeees….. en los libros- dudé- en…. la tele……

Recordé de pronto que también lo había escuchado hacía pocos días en el programa de radio  Vaughan, pero no lo dije….

-          ¡En los libros! ¡En los libros!….. ¡¿en qué libros?!

-          Creo que en “That’s English”, el programa a distancia de la escuela oficial de idiomas...

-          En la escuela oficial, ¡¡¡¡¡si ya lo digo yo!!!!!!¡¡¡¡¡¡¡¡¡ en estos sitios no se aprende nada, hay tantos alumnos en clase que es imposible!!!!!!

-          Pero… si solo éramos cinco…..cómo era a distancia……sólo había una tutoría a la semana……

-          ¡¡Con más razón!!¡¡Con una tutoría a la semana como vais a aprender bien!!

Me callé. Aquello era una conversación de besugos. Ya había intuido que Ainara era una persona a la que no le gustaba demasiado que la contradijeran.  Ya preguntaría por otras vías si era correcto o no pedir un” appointment”…. Opté por dejarla con su razón para ella sola. Mi razón me decía ahora lo que no había querido escuchar el día que hablé con ella para preguntarle acerca de las clases de inglés…Pero no tenía vuelta atrás, ya no podía decirle que no continuaría con las clases, no tenía más tiempo para encontrar otro profesor, ni más ganas de seguir buscando….total…..cuando llegase a Holanda me las iban a dar todas en el mismo sitio…..

En mi alma llena de optimismo pensé:” Bueno Sabi, no hay mal que por bien no venga, vas a aprender inglés a golpes, vas a aprender lo que es correcto y lo que no es, el problema es que no lo vas a saber hasta que no metas la pata….”

Y tres semanas más tarde recordé el vaso de agua, los 40 grados a la sombra, los versos de Lorca,  el restaurante a punto de vender y el pelo rubio de Ainara y deseé que mi mayor problema fuera encontrar la estación de tren en un plano……

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario