Cada día, mi despertador suena a las 7 menos diez, aunque lo cierto es, que no consigo levantarme antes de las 7 y cinco. Suelo ser bastante metódica. Cuando consigo despegarme de la cama, lo normal es que me prepare un café (Ummm….¡cómo me gusta el café holandés!) y desayune un par de galletas mientras trato de dejar de contemplar el cielo gris a través de mi ventana del tercer piso. Pasados unos 15 minutos, intento sacar de la cama a Marco y me meto a la ducha. Si ese día toca lavarme el pelo, la ducha se prolongará unos diez minutos, más, los otros diez, correspondientes al tiempo que le dedique al secador. En mi caso esto es importante, pues altera todo mi ritmo, ya que la melena rizada que tengo, supone determinados sacrificios que me he propuesto asumir desde hace unos dos años.
Después del aseo personal y aún a medio vestir, intento levantar de la cama a Josh y a Clara, costosa tarea y habitualmente poco agradecida.
Como vivimos en un apartamento pequeño que solo tiene dos habitaciones y un baño, a menudo a estas horas suele haber atascos considerables en ambas estancias. Antes de continuar quiero que conozcáis como suelen ser las casas holandesas.
A los holandeses les gusta mucho separar el baño en dos estancias diferentes, aún no sé por qué razón, pero es así. Es decir, tú vas a cualquier casa y pides pasar al baño y te meterán en un sitio de dimensiones reducidas, en el que te encontrarás una taza de W.C. y un pequeño lavabo. No verás bañera, plato de ducha, armario para guardar toallas, o báscula para pesarte a escondidas. Lo único que podrás hacer allí es lo que has ido a hacer; cerrar la puerta con cuidado de no pillarte el pantalón y lavarte las manos, intentando secártelas después si encuentras la toalla. He entrado en baños de algunas casas en los que no había sitio ni para poner el jabón, no se si movidos por la tacañería holandesa o por la falta de espacio físico. En este caso, lo mejor es salir del baño simulando que esto es algo completamente normal mientras te secas las manos en tu espalda discretamente. Nosotros, aún a riesgo de parecer demasiado extranjeros, hemos incluido en el aseo, jabón líquido de manos y toalla pequeña para secarnos y… ¡ “de perdidos al río”, qué le vamos a hacer!
En nuestro apartamento, las puertas del aseo y del baño semi-completo (el que tiene el plato de ducha pero sin retrete) están enfrentadas. Ambas puertas se abren hacía afuera. Más de una vez, en pleno atasco matutino, es fácil que las dos puertas se abran simultáneamente, choquen entre ellas, y dejen encerrado a alguno de nosotros en el pasillo. En este caso lo mejor que te puede suceder es que ninguna parte prominente de tu cuerpo se quede pillada, véase, dedos, brazos, narices…. u otros miembros. Cuando esto ocurre, se nos suele oír en todo el edificio…..¡ejem!.... ¡estos españoles!
Una vez que conseguimos superar el nudo conflictivo del pasillo y todos estamos levantados, preparo el desayuno de Clara y Josh al mismo tiempo que caliento la comida que llevarán al colegio en el tupper térmico. Repito, por octava vez desde hace cinco minutos, que no pondré la televisión para desayunar, explicando, como cada día, que si no la cabeza se nos vuelve tonta ya a primera hora del día y que no seremos capaces de entender lo que nos dicen en inglés en el colegio. En este punto, Josh me suele contestar que él no ve la tele por las mañanas porque yo no le dejo y que sigue sin entender lo que dicen en clase…. Le respondo con un gruñido y guardo los tupper en cada una de las mochilas. A veces, con las prisas, me equivoco de mochilas, y a Josh le toca el de judías verdes con ensalada de tomate que aborrece y a Clara el de coliflor rehogada. Ese día, lo habitual es que me haya tenido que lavar el pelo (por tanto, llegamos tarde al colegio), además de pillarme el atasco pasillero, a medio vestir, de camino a la cocina, mientras sonaba el microondas y traducía un email en inglés informándome de algún cambio inmediato en el colegio. Por tanto, mi despiste queda completamente justificado.
Una vez pasado este trance de despertares, todos nos asomamos a la ventana. Solemos dejar la ropa preparada el día anterior y cada mañana comprobamos si lo que dejamos la noche de la víspera es adecuado. Normalmente se admiten pocas variantes, como mucho, una camiseta interior más gruesa o el chubasquero tipo capa en lugar del de chaqueta (me he prometido que de hoy no pasa sin que vaya a comprar mi traje completo de agua, estilo Capitán Pescanova).
Clara y Josh se visten intercalando risas y llantos y yo recojo de la mesa el bote de Cola-cao español traído en la maleta. A estas alturas, Marco hace ya un rato que se ha marchado a toda prisa porque perdía el tren de las 7:50.
A las 8 y cuarto conseguimos salir de casa, mientras bajamos en el ascensor terminando de ponernos los complementos: guantes, gorro, bufanda, chubasquero encima del abrigo y mochilas y bolsos debajo de éste para que no se mojen. A veces, si la cosa no se ha dado bien también toca abrocharse las botas en el ascensor, en medio de regañinas y gritos contenidos, mientras saludamos con un Good Morning al vecino del segundo, que suele coincidir con nosotros.
Sobre las 8:20 estamos apostados en la acera con nuestras bicis para cruzar la calle y coger el carril correspondiente al sentido que tenemos que tomar. Esto es importante, muy importante. Lo aprendimos una semana después de empezar las clases, cuando no entendíamos porque todas las mañanas nos decían improperios al pasar por nuestro lado y nosotros respondíamos sonriendo: morning!.
Tardamos unos diez minutos en atravesar la avenida principal y otros diez más en llegar hasta el colegio. Los días que el viento nos coge a favor solemos llegar más pronto, pero si el viento nos coge en contra, tenemos que parar cada poco para aclararnos las lágrimas de los ojos. Algunos días, nos cruzamos con otras madres o padres que también van al colegio; compañeros de Clara o Josh. A estas horas como casi todos vamos con prisa, no solemos pedalear juntos, solo nos decimos “buenos días” y cada uno continua su trayecto. Yo agradezco que esto sea así, porque a primera hora del día me resulta dificilísimo empezar cualquier conversación en otro idioma más allá de mi lengua materna y más cuando tendría que hacerlo a la vez que pedaleo y trato de vigilar a mis “costillas” a la par. Necesito mi tiempo para adaptarme progresivamente al nuevo día.
En primer lugar, dejamos en el colegio a Clara (ella entra diez minutos antes que su hermano y en otro edificio diferente) y luego acompaño a Josh. Depende de como esté ese día de inspirada mantengo una conversación con los angloparlantes más o menos fluida o más o menos larga.
Y después comienza mi día:
- Lunes: suelo dedicarme a estudiar inglés, supongo que, psicológicamente hablando, al empezar la semana siento que tengo que empezar a resolver cosas, así que, me entra el pánico y paso casi toda la mañana pasando a limpio los apuntes, escuchando audiciones y haciendo ejercicios de gramática. Por regla general, a las dos horas tengo un dolor de cabeza terrible y decido salir a hacer la compra para despejarme, y cuando la dependienta me pregunta que cuantos tomates me llevo, no la entiendo, así que vuelvo a casa y sigo estudiando casi hasta la hora de ir a buscar a los zagales al colegio. Por la tarde solemos tener en casa a algún compañero de Clara o Josh para jugar. Curiosamente todos quieren venir a nuestra casa siempre, aunque luego les digan a Clara y Josh que nuestra casa es muy pequeña y que la suya es más grande, pero no se sabe porque extraña razón el famoso “playdate” siempre se hace aquí. Creo que la merienda que tomamos tiene algo que ver, ya que, al igual que con el lunch, aquí a media tarde se toma un “afternoon tea” lo que significa que los niños beben un zumo o comen un par de galletas y se acabó. En nuestra casa, se sigue ofreciendo merienda como tal: una pieza de fruta, una bebida y un sándwich…a decir verdad, creo que los niños salen casi cenados de nuestra casa…y con una sonrisa de oreja a oreja.
- Martes: toca clase de inglés deportivo (o sea fitness) en el parque, con Liona y sus amigas así llueva, granice, nieve o haga sol, “This is Holland!” como dice Liona. Trato de seguir la clase manteniendo una conversación breve pero coherente, sonriendo, de buen ánimo y con una actitud positiva, motivada más por mis habilidades como atleta que como comunicadora. A mediodía, voy a casa de mi amiga Katy.
Katy es un ángel caído del cielo. De origen neozelandés, de la otra parte del planeta, ella y su familia han llegado a mi vida holandesa para ayudarme. Hacemos intercambio gratuito de aprendizaje de idiomas casi al mismo tiempo que nos hacemos amigas. Ella ha vivido tres años en España y ahora vive cerca de mí. Hoy toca clase de inglés, ¡la pobre tiene una paciencia infinita conmigo! Me hace esquemas para enseñarme el uso del condicional en inglés o como se pronuncia el pasado de los verbos regulares y charlamos acerca de nuestras vidas. Por la noche volveré a tener clase de inglés. El curso en el que finalmente me matriculé. He de recordarme a mi misma que si la profesora da las clases en holandés no es algo malo, sino que también me viene bien porque aprenderé simultáneamente dos idiomas. También he de recordarme que tengo que tener fe en mi capacidad innata de aprendizaje.
- Miércoles: hoy colaboro en el Playgroup. El Playgroup es el centro infantil aledaño a la escuela de mis hijos donde asisten los niños de entre 1 y 3 años. Aunque en principio me dijeron que me harían un contrato de colaboración remunerado al módico precio de 5 euros el día, luego decidieron que no podía ser porque no tenía nacionalidad holandesa, algo que por otro lado es evidente, digo yo, si solo hace tres meses que he llegado… En fin, lo paso bien y… mal. Bien con los niños de dos años, porque me muevo como pez en el agua y mal porque me hablan y solo les digo “Oh….super!”, “Good job Malika”, “Good booooy Samuel!”. Mis diez años de bagaje anterior como educadora me acompañan y me ayudan a salir de muchas situaciones complejas, aunque reconozco que a veces vuelvo la vista hacía otro lado si veo que discuten entre ellos por algún juguete y vigilo con disimulo para que la sangre no llegue al río. Cuando la cosa pasa a mayores, aviso a Hansel para que ella intervenga. ¡Qué impotencia! Con la de veces que he solucionado yo este tipo de cosas con sencillas explicaciones y que inútil me siento ahora que no soy capaz de decirle a un niño de tres años la importancia de no pelear. Como todo tiene su lado bueno, reconozco que mi dependencia hacia Hansel me ha hecho bastante amiga suya.
Me da pereza que llegue la tarde porque hoy toca sesión de piscina holandesa, actividad obligatoria para los niños que viven aquí por aquello de que aprendan a nadar bien al estar rodeados de canales por doquier (¡qué mal rollo!). La piscina queda a un cuarto de hora en bici desde casa y el calor que soporto en las instalaciones no tiene nombre. Esto merece un capítulo aparte.
- Jueves: hoy ya no suele quedar más opción. Toca limpieza en casa,¡¡¡¡¡¡agggggggggg!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡¡horror!!!!!!!!!. Lo bueno es que con lo poco que me gusta dedicarme a estos menesteres el vivir en un apartamento pequeño tiene sus ventajas, acabo bastante pronto. Por la tarde, Clara tiene su clase de ballet. En inglés. Lo de esta niña es increíble, se adaptó sin ningún problema desde el primer día y sigue a la perfección el ritmo de clase. Sus habilidades como bailarina no las menciono. Prefiero no adelantar acontecimientos. Mientras, yo me quedo esperando a que salga Clara, con Josh, en una salita de espera diminuta hablando con las otras madres… ¡en inglés, of course!. En este rato coincido con mi amiga libanesa (la que me recibió el primer día) porque sus hijas van a clase con Clara. Ella suele llevar termos de café caliente y varios paquetes de galletas para compartir con todas. Nos hace la espera más amena, no sé que en que momento de mi vida podré agradecerle como me ha tratado……hace esfuerzos increíbles por entenderme mientras hablo y si es necesario me acaba las frases para las que no encuentro palabras…posiblemente su nivel cultural no es muy alto, pues creo que está haciendo la equivalencia al graduado escolar en Amsterdam en estos momentos, evidentemente no tiene el nivel de estudios de Miss Rhea……evidentemente……
- Viernes: ¡por fin! Hoy mi cerebro sólo tiene que hacer un pequeño esfuerzo más y se acabó la semana. A primera hora, de nuevo clase de inglés deportivo y después vuelvo a casa para darme una ducha y quedo con Katy. Hoy toca clase de español, me relajo y charlo por los codos durante el lunch. Es genial. Tengo la cabeza embotada de toda la semana y esta es una de mis vías de escape. Aún no me explico como he tenido tanta suerte al encontrarla. Le pregunto cosas importantes acerca del colegio y otros temas de los que no he logrado enterarme durante toda la semana. A veces, hasta llevo una lista con las cosas apuntadas que le tengo que preguntar, trato de obtener tantas respuestas como sea posible porque si me queda alguna para el próximo martes tendrá que contestarme en inglés. El único inconveniente es que los niños tienen de nuevo sesión de piscina por la tarde y me toca pedalear a toda prisa cuando salgan de clase porque si no, no llegamos a tiempo para coger vestuario libre. Pero después de esto….. ¡empieza el fin de semana!
Con estas jornadas intensivas de idioma aun no entiendo como puedo ser tan burra y seguir cometiendo determinados fallos. Tendré que seguir trabajando….por qué…. ¿alguno de vosotros había pensado que al mudarnos de país yo no trabajo?
Tres días desconectando très días accro a esta aventura
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